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Coches, motos, burros, bicis y personas.

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En Europa nos encanta el debate sobre la peatonalización de las calles, reservarles un carril bici, delimitar correctamente las aceras y sus carreteras y que cada uno fluya libremente y sin molestarse ni entorpecerse por las vías públicas. Pero no en todos los países es así. En el mundo árabe, en sus espectaculares y curiosas medinas, personas a píe, en bici, en burro, en moto e incluso coches y pequeñas camionetas comparten sus estrechas calles en un bullicio de vida y alegría. No se empujan, no se gritan, no es enfadan ni sulfuran. Todos viven y comparten la calle como buenos ciudadanos.

 

 

Quisiera ver a un concejal de urbanismo de los nuestros en una ciudad del norte de África:
-Queridos ciudadanos, vamos a poner baldosas nuevas, reasfaltaremos y pintaremos unas rayas en el suelo para dividir a los que van a píe, en bici, en burro y en…
No sólo no le votaría nadie, si no que además le mirarían como pensando: “otro político que no se entera de nada…”

 

Y es que nos hemos acostumbrado a un tipo de vía urbana que ahora es la que se lleva y diseña en todo occidente. Calles amplias con las zonas para cada tipo de usuario bien delimitadas: peatones, ciclistas, coches autobuses… Pero no en todas partes esto es así. En el mundo árabe todas las ciudades tienen una peculiaridad excepcional: sus medinas. Podrían ser nuestros cascos viejos pero con ese aroma y esa calidez que se respira en esa parte del planeta. Son barrios en los que los edificios parecen haber sido dejados caer desde el cielo sin ningún orden ni sentido. Están colocados aleatoriamente, sin planificación ni urbanismo alguno, con las calles muy estrechas y serpenteantes y los edificios muy cercanos para combatir el calor de estas latitudes.
Y por ellas, como autenticas vías sanguíneas de nuestro cuerpo, fluye la vida. En ellas se mezclan los vecinos que salen a hacer la compra, los comerciantes que esperan sentados fuera de sus pequeños locales, los que la cruzan en bici, los que viajan en moto, los que van en burro o los que utilizan el burro para tirar de un carro. Todos comparten una acera que no supera los dos metros de ancho.
En muchos momento los embotellamientos son inevitables. No hay espacio físico y se forma un pequeño y sereno revuelo como cuando en la entrada de un hormiguero enredas un poco y las hormigas empiezan a moverse sin sentido lógico pero con calma. Cada uno busca su hueco para pasar. Y en pocos segundos, el gentío y el caos vuelve a fluir sin problemas.
No es un sitio para todos y lo entiendo. A veces es demasiado. Unos te hablan, otros te preguntan, todos quieren que entres a ver su género, parece que te van a atropellar 20 veces al día, el burro defeca en ocasiones demasiado cerca… Pero en mi opinión las medinas son lugares fantásticos donde perderse, caminar sin un objetivo claro y mezclarse con las gentes del lugar. Es la forma más natural de conocer y entender su cultura y su verdadera forma de vivir.

 

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